domingo, 10 de mayo de 2015

La botija del señor Faustino

portada Cimarron (historia de un esclavo)Hay gente que dice que cuando un negro moría se iba para África. Eso es mentira. ¡Cómo va a irse un muerto para África! Los que se iban eran los vivos, que volaban muchísimo. Una raza brava que los españoles no quisieron traer más, porque no era negocio. Pero los muertos, ¡qué va! Los chinos sí, ellos morían aquí, por lo menos eso contaban, y resucitaban en Cantón.

Lo que les pasaba a los negros, que es lo mismo ayer que hoy, es que el espíritu se iba del cuerpo y se ponía a vagar por el mar o por el espacio. Igual que cuando una babosa suelta el caracol. Ese caracol encarna en otro y otro y otro. Por eso hay tantos. Los muertos no salen, así como muertos. Salen como figuras de espíritu.

En Ariosa salía uno que se llamaba Fulanito Congo, digo, Faustino. Tomaba aguardiente como un animal. Salía porque tenía dinero enterrado en botijas. Antes se enterraba el dinero en esa forma; los bancos no existían. Dos españoles que estaban zanjeando un día, encontraron la botija y se hicieron ricos. Después Faustino no salió más. Más bien lo que él hacía con salir era cuidar su botija. Parece que esos españoles eran amigos de él. Y él les quiso dar ese beneficio. Muchas monedas se quedaron regadas y la gente se tiró a recogerlas. Los españoles huyeron. Si no, hubieran tenido que darle el cincuenta por ciento al gobierno. Como Faustino no volvió a salir, la gente se olvidó de él, pero yo me acuerdo bien cómo era. Lo que no hago es ponerme a pensar mucho en eso, porque agota.

El pensamiento agota. Hoy mismo hay gente que no cree en salidera de muertos, ni nada de eso. Y es que no han visto nada. Los jóvenes que no creen es porque no han visto nada. Sin embargo, se agotan igual; piensan en otras cosas del tiempo moderno, de los pueblos del mundo, de las guerras y de todo lo demás. Gastan el tiempo en eso y no se recrean. Otros se ponen a nadar en vicios y en trucos. Entre los vicios y la manera de ponerse a pensar se acaba la vida. Aunque uno se lo diga no hacen caso. Y no creen. Ni oyen.

Miguel Barnet, Cimarrón. Historia de un esclavo

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